El pueblo masái es uno de los más interesantes que forman las diversas minorías étnicas del este de África y en concreto de Kenia y Tanzania, por lo que visitar un poblado masái suele estar entre los objetivos de casi todos los viajeros que visitan estos países de África i que llegan a la zona generalmente atraídos por sus Parque Nacionales.
Y con la llegada del turismo, más o menos masivo, a las poblaciones masái, la polémica está servida y no es extraño que incluso quien nunca ha visto un masái se posicione de una o de otra manera frente la disyuntiva de si es más o menos ética la visita a una población masái e incluso si es más o menos auténtico realizar esta experiencia (adjetivo este de auténtico, a menudo es demasiado abstracto y difícil de definir).
QUIÉNES SON LOS MASÁI Y DONDE VIVEN.
Los masái son un pueblo de origen nilótico (una descripción étnico-lingüística que hace referencia a una serie de pueblos que viven en el valle superior del Nilo y que tienen algunas características comunes) que vive en el sur de Kenia y el norte de Tanzania. Los masái son una de las minorías más importantes de estos países, dado que su comunidad está formada por más de ochocientos mil personas, aunque la dificultad para censar la población que vive más apartada de los núcleos urbanos dificulta su cuantificación.
Aunque su medio natural es el campo, donde viven en contacto directo con la naturaleza, dedicándose muchos de ellos al pastoreo, es habitual encontrarlos también en ciudades grandes como Arusha, la capital del noreste de Tanzania.
De hecho, cuando visitamos esta ciudad, verdadera capital y punto se salida de muchos safaris por Tanzania, pudimos ver cientos de masáis en las calles o en los mercados e incluso, muchos de ellos, en uno de los hospitales de Arusha que tuvimos la oportunidad de visitar (la deformación profesional nos empuja a menudo a querer conocer los hospitales de los diversos países en vías de desarrollo que vamos visitando). Y todos estos masáis vestían con su ropa y sandalias tradicionales y eran portadores de la mayoría de abalorios con que se suelen adornar. Esto nos hizo derribar uno de los mitos cientos de veces escuchado, leído y repetido, de que los masái visten de modo occidental y que sólo se ponen su ropa tradicional cuando un autocar de turistas cargado de dólares para delante de su poblado. Me da que pensar que quien ha escrito esto no ha visitado nunca Tanzania, pues como digo, son cientos los masái que se pueden ver vestidos a la manera tradicional ya desde el primer momento que pisas Arusha.
Desde luego, no digo que algunos masáis hayan abandonado el campo para establecerse en la ciudad y hayan dejado atrás sus ancestrales tradiciones (de hecho, Coletta, nuestra guía, proviene de familia masái), pero lo que es innegable es que una gran cantidad de ellos siguen viviendo y vistiendo a la manera tradicional, como lo han hecho desde hace cientos de años.
Los masái, pueblo con fama de guerrero y sobre todo, muy orgulloso, no tiene en la ciudad su medio natural. Como decía, es en el campo donde se sienten libres, por lo que durante el traslado desde Arusha hacia el lago Manyara y luego hacia el Área de Conservación del Ngorongoro, de la que fueron expulsados cuando el cráter se convirtió en Parque natural, es un continuo de cruzarse con masáis, normalmente en grupos de 3 o 4, que siguen camino hacia su poblado. También encontramos a menudo, grupos de pastores, con frecuencia jóvenes masái de no más de 15 o 16 años, acompañados de un notable rebaño, a veces un poco escuálido, vestidos siempre, a la manera tradicional.
Los masái, como decía, fueron expulsados del Área de Conservación del Ngorongoro, cuando la zona se convirtió en Parque Natural y el afán guerrero de los masáis suponía un problema para la conservación de los felinos y por tanto, del maná del turismo. Los masái tuvieron que abandonar la zona donde habían vivido durante siglos, para establecerse en las cercanías.
Los masái suelen vivir en poblados conocidos como manyatta. Se trata de círculos formados por una serie de barracas construidas con una especie de adobe, mezcla de barro, excrementos y paja. Además, en estas manyatta encontramos varias zonas donde se guarda el ganado durante la noche y con frecuencia, algunas zonas comunes, como escuelas, u otras donde se reúnen los viejos del poblado para decidir sobre asuntos de importancia para la comunidad.
Son cientos los poblados masái por los que pasamos durante nuestro trayecto hacia los Parques Nacionales de Tanzania y la disposición del poblado es siempre, más o menos igual. Los masái son seminómadas, por lo que a menudo cambian de zona y establecen su poblado en un campo más fértil que permita el pastoreo de su rebaño, cuando éste ya ha terminado con la hierba de la anterior localización.
En cuanto a religión, originariamente, los masái tenían sus propias creencias, un mundo más o menos espiritual basado en ciertas creencias animistas. Los masái, al igual que los samburu, otro grupo étnico de origen igualmente nilótico, se consideran el pueblo elegido por Dios. Una creencia que comparten con una gran cantidad de pueblos de otras latitudes, por cierto. Asimismo, creen que este Dios, al que honran y que llaman Engai, les enviará un mesías. El pueblo masái rinde culto al Oldoinyo Engai, un volcán de la zona, y al que consideran una montaña sagrada. Prácticas como la circuncisión y la clitoridectomía han sido practicadas desde el origen de los tiempos, aunque en los últimos años, el gobierno tanzano está intentando concienciar al pueblo masái de la crueldad de esta última práctica.
Lo cierto es que, en los últimos años, no pocos grupos masái han abrazado el cristianismo.
VISITA A UN POBLADO MASÁI
Y como no puede ser de otro modo, nosotros también visitamos un poblado masái. No hay que ser ningún viajero avanzado para darse cuenta de que la manyatta elegida no lo ha sido al azar. Y no parece extraño que así sea. De hecho, en nuestro tampoco se suelen acercar grupos de japoneses para saber cómo vivimos los autóctonos del sur de Europa, ¿no?
Esto quiere decir, que los masái no dudarán en recibir a los turistas de forma especialmente hospitalaria, sabedores de que éstos han pagado para ver el poblado y de que dependiendo de lo contentos que salgan de la visita , probablemente dejen más o menos propina o compren más o menos collares de abalorios que las mujeres masái intentaran vender.
Cuando entramos en la manyatta nos recibe el presunto jefe del poblado. Evidentemente, todos los masáis del poblado visten su típica tela anudada al hombro, que recuerda las escocesas y que tiene predominio de colores azulados y rojos. También son características sus sandalias con suela goma y fabricadas gracias al reciclaje de los neumáticos de los coches.
Muchos de los masáis tienen los lóbulos de las orejas dilatadas y adornadas con piezas de madera y las mujeres van engalanadas, de forma unánime, con los típicos collares de cuentas realizados a base de pequeñas piezas de plástico, que también utilizan de brazalete. Algunas mujeres utilizan también collares de cobre. También vemos algún teléfono móvil, no diré que no, pero casi que me sorprende más que en medio de la sabana africana haya cobertura del móvil que que los masáis dispongan de esta tecnología.
Con la ayuda de nuestra guía, el jefe del poblado nos cuenta un poco sobre la disposición del poblado y las diversas tareas que cada uno tiene asignadas. Como ya hemos visto, los hombres se dedican sobre todo a hacer de pastor. Y en particular los más jóvenes, pues el respeto por los mayores suele ser importante en la sociedad masái y cuando los hombres masái llegan a cierta edad (y las condiciones de vida y del sol hace que envejezcan pronto) dejan de trabajar para dedicarse , casi de forma exclusiva, a ver pasar la vida y a discutir sobre los asuntos del poblado.
Las mujeres son las encargadas, además de cuidar de los hijos, de las tareas del hogar, de realizar los collares que venderán a los turistas o de construir las chozas.
Nos explica también el guía que la posición social de los hombres masái viene reflejada por la importancia de su rebaño y de las mujeres que puede mantener.
Nos invitan a entrar en alguna de las chozas. Por dentro, es oscura. Las paredes son lisas y ahumadas y la decoración muy simple. Tan sólo encontramos algunas calabazas que se utilizan como recipiente y una cama hecha de paja. Nos explican que las chozas son propiedad de las mujeres y que es el jefe de familia quien decide en cada momento con cuál de sus esposas quiere dormir.
Visitamos también una choza más grande y luminosa, construida con paja, que hace las funciones de escuela. Allí encontramos una profesora que enseña a un buen número de niños. Nos cuentan que aquí los niños aprenden la lengua propia de los masáis, el maa, pero también el suajili y el inglés. Nos invitan a dejar una donación. Está claro que todo está orquestado para poder sacar el máximo partido de los turistas.
Hecha la visita a la manyatta, pasamos al momento en que las mujeres masái nos abordan para vender su mercancía. Han dispuesto una especie de tenderete con sus brazaletes y collares y nos los ofrecen a precios sorprendentemente altos. Entre que parece que las posibilidades de negociar son reducidas y que no nos acaba de hacer el peso llevarnos un collar masái, no compraremos ningún recuerdo. Las mujeres se muestran moderadamente insistentes, pero no agresivas.
Llega la hora de partir y toca uno de los rituales más habituales en las manyatta masái: el del típico baile donde un montón de masái y también los cuatro viajeros que nos hemos acercado a su poblado acabamos saltando más o menos de forma acompasada. Hay que decir que los esbeltos masáis tienen bastante más traza (y práctica) que los cuatro turistas, que ponemos poco más que voluntad.
Salimos de la visita a la manyatta masái bastante contentos. Somos conscientes de que una parte de lo que hemos visto es un pequeño circo para los turistas, pero también de que las manyatta existen, pues hemos visto a cientos durante nuestro recorrido por Tanzania, y que los masáis visten, se engalanan y viven tal y como hemos visto en la manyatta.
Nadie que visite Tanzania o Kenia, debería perderse la visita a un poblado masái.