Aunque hay muchas cosas que ver en Bath, son dos las visitas estrella de la ciudad y que nadie se puede perder: la Abadía y las Termas Romanas de Bath, uno de los vestigios de la Antigua Roma más extraordinarios que se han hallado más allá de Italia y sin duda, el más impresionante de los que se conservan en las Islas Británicas. Nuestra visita a Bath, sin embargo, se completará con un buen paseo por la ciudad y con algunas otras visitas, como el Número 1 de Royal Crescent, una interesante casa georgiana que nos explicará el modo de vida de la sociedad acomodada del siglo XVIII o un apacible recorrido en barca por el río Avon.
QUÉ VER EN BATH EN 1 DÍA. DE LA ABADÍA A ROYAL CRESCENT.
Llegamos a la estación de Bath procedentes de Bristol, donde hacemos noche. En menos de un cuarto de hora hemos hecho el trayecto y nos dirigimos hacia el centro de la ciudad, en un corto paseo de poco más de un cuarto de hora. La abadía de Bath queda a nuestra izquierda, pero preferimos seguir un par de minutos más allá para acercarnos al precioso puente de Pultenei, uno de los puentes más bonitos de Europa, una obra de Robert Adam que data de 1774 y que, como el Ponte Vechio de Florencia, está flanqueado por tiendas en ambos lados. La estampa del puente de piedra por encima del río Avon, es una de las más bonitas de la ciudad de Bath.
Visitado el puente, hacemos marcha atrás hacia Grand Parade, la calle que sigue paralelo al río, pero enseguida nos encontramos con Orange Grove, la plaza que da paso a la fachada oriental de la fabulosa Abadía de Bath, sin duda una de las visitas que hay que ver en Bath y que a estas horas de la mañana, queda iluminada por un sol cegador. Justo al lado del río, hemos dejado atrás los bonitos jardines Parade Gardens, que desgraciadamente son de pago, y que sólo vemos desde la misma plaza.
ABADÍA DE BATH: LA CULMINACIÓN DEL GÓTICO PERPENDICULAR
La Abadía de Bath, como decía, es una de las dos visitas imprescindibles de la ciudad y como la otra visita estrella, las Termas Romanas, justificaría de por sí una visita a esta ciudad. Se trata de una obra que data del gótico tardío, conocido aquí como gótico perpendicular, de la que es uno de los exponentes más notables que se pueden encontrar. Fecha de 1499, cuando se decide fundar una iglesia que sustituya la catedral normanda hasta entonces existente y que fue mandada destruir por obispo Oliver King, dado el estado ruinoso en que se encontraba. Aquella primera catedral, databa de siglo XI cuando la ciudad había sido conquistada por los normandos y la sede episcopal había sido trasladada desde Wells a Bath.
Damos una vuelta por fuera, para disfrutar de la fachada occidental, pero cuando realmente quedamos maravillados es cuando visitamos el interior, uno de los más extraordinarios que hemos conocido entre los templos cristianos. La iglesia de la abadía de Bath tiene unas dimensiones de 67 metros de largo por 22 de ancho. Se trata de un iglesia que presenta plata en forma de cruz latina y con tres naves donde la del medio es más ancha y más alta que las laterales.
Tanto a occidente como a oriente, así como en las paredes norte y sur destacan las preciosas y luminosas vidrieras, pero lo que más llama la atención es el extraordinario esqueleto que forman las nervaduras góticas del techo, que está construido a 24 metros de altura y que parecen un precioso bosque de árboles. Un auténtico prodigio que supone el elemento más conocido del gótico perpendicular.
Damos una buena vuelta por la iglesia de la Abadía de Bath, admirando los múltiples rincones que la decoran, como algunas tumbas de ciudadanos importantes, entre ellos algunos obispos, el precioso coro de madera, o la maravillosa pila bautismal de piedra, que data de finales del siglo XIX. La abadía de Bath es uno de los monumentos más importantes que ver en Bath y tiene, en cierto modo, aires de catedral.
Finalmente, realizamos el Tour de la Torre, que tiene una hora de duración y que nos lleva por las antrañas del edificio. Allí nos explican los mecanismos que mueven el reloj o que hacen tocar las campanas, antes de subir a la terraza donde se puede disfrutar de una hermosa vista de la ciudad de Bath, por sus cuatro puntos cardinales. Cuando miramos abajo, nos damos cuenta de que hay un edificio que destaca por encima de los demás. Son las termas de Bath, que son nuestro siguiente objetivo.
LAS TERMAS DE BATH, LA VISITA ESTRELLA DE LA CIUDAD.
La de las Termas de Bath es una de esas visitas que dejan huella. No es extraño que hayan sido incluidas dentro de la lista del Patrimonio de la Humanidad, pues suponen uno de los vestigios más extraordinario que ha dejado la Antigua Roma al norte de los Alpes.
No fueron los romanos los que descubrieron las propiedades de las aguas de baño. Parece ser que fueron los celtas y en concreto, su rey Bladud, los primeros en reconocer la importancia terapéutica de estas aguas. Según cuenta la leyenda, el rey se curó de la lepra al revolcarse sobre el barro caliente de Bath.
Pero sí que fueron los romanos quienes llevadron a la máxima expresión y a la categoría de arte, el hecho de disfrutar de las propiedades de las aguas. Fue en el siglo I cuando fundaron un auténtico complejo termal alrededor de las fuentes, que constaba no sólo del balneario, sino también de un templo dedicado a Sulis Minerva, conjunción de la diosa celta del agua Sulis y de la romana Minerva. Curiosamente, cuando los romanos se hicieron con la plaza mantuvieron parte de la toponimia celta, hasta el punto de que la ciudad fue llamada Aquae Sulis, es decir, las Aguas de Sulis, en honor a la diosa celta.
El hecho de que durante siglos las termas quedaran sepultadas bajo las diversas capas con que se fue construyendo la ciudad de Bath, hizo que al salir a la luz, el estado de conservación fuera excepcional. Esto, junto con complejos trabajos arqueológicos y restauradores, han dado lugar a que las termas que se pueden ver hoy en Bath, sean un fiel reflejo de lo que fue el complejo termal hace dos milenios.
Seguimos el recorrido gracias a la audioguía proporcionada con la entrada, disfrutando no sólo del enorme complejo termal formado por varias piscinas (la más extraordinaria, la central, nos recuerda muchísimo a la del Balneario Gellert de Budapest, versión hace dos mil años), la fuente sagrada, o las salas habituales de todas las termas (el caldariium, tepidarium y frigidarium, así como los vestuarios), sino también de un completo museo donde se conservan buena parte de los hallazgos arqueológicos de la zona, como algunos bustos, una cabeza de bronce dorado de la diosa Sulis Minerva, estelas varias o restos del templo adyacente a las termas.
El momento estrella de la visita a las Termas de Bath es, sin embargo, el de la piscina central, que está rodeada por una galería porticada que se conserva estupendamente (o que se ha podido restaurar) y que en su tiempo, estaba cubierta, aunque este extremo no se mantiene. Eso sí, durante el siglo XIX se añadieron en el primer piso, una serie de estatuas de gobernadores, emperadores y otros romanos ilustres, que a pesar de no ser originales le dan un aire realmente majestuoso. Si non é vero, é ben trobato…
THE CIRCUS Y ROYAL CRESCENT: LA BATH MÁS ELEGANTE.
Salimos de las termas y tomamos dirección norte, disfrutando del ambiente de la ciudad, por calles tan animados como Unión Street, Milsom Street o George Street. Hacemos una parada para comer en un restaurante hindú antes de seguir nuestro recorrido hacia una de las zona más elegantes de la ciudad. Estamos hablando de la homogénea plaza llamada The Circus y, cien metros más al oeste, Royal Crescent, la que es reconocido como Calle más majestuosa de Inglaterra y que supone una auténtica obra maestra del urbanismo, fruto del genio de John Wood, que diseñó estas 30 casas, a partir del 1767, dispuestas en forma de arco y que quedan justo en frente de una inmensa explanada verde que es, todavía, una zona privada para los residentes de Royal Crescent.
En el número 1 de Royal Crescent tenemos otra de las visitas imprescindibles de la ciudad de Bath. Se trata de la mansión conocida, precisamente, como número 1 de Royal Crescent.
Esta casa georgiana nos lleva al tiempo de la fenomenal serie británica Arriba y abajo donde se relataba la vida de una familia acomodada inglesa que vivía en los pisos nobles de la casa, mientras el servicio hacía vida en los sótanos. Esto es exactamente lo que nos ilustra, de forma soberbia, el número 1 Royal Crescent. Conocemos así, las diversas estancias de esta mansión del siglo XVIII, como la sala de estar, el comedor, la sala de lectura o las habitaciones del gentleman o de la lady. En el sótano conocemos dónde y cómo hacía vida el servicio, con las cocinas, el carbonero, la despensa o la sala de la ama de llaves. La visita al número 1 Royal Crescent nos parece una de las imprescindibles de la ciudad y que hay que ver en Bath, para conocer cómo era la vida en Bath pra una familia acomodada de la ciudad.
Sin prisa, volvemos al centro de la ciudad, pasando nuevamente por un buen puñado de animadas calles hasta llegar nuevamente al puente Pulteney. Esta vez cruzamos el puente para tomar, al otro ribera del río Avon, uno de los múltiples cruceros que durante una hora surcan las aguas del río, adentrándose por el verde valle del Avon. Se trata de un recorrido muy relajante, treinta minutos arriba, hasta llegar a un puente donde el río hace un pequeño desnivel que ocasiona una suave cascada.
A la vuelta, aun volvemos a pasar por la Abadía de Bath, ahora que el sol ya empieza a emprender el camino de la retirada y la fachada occidental queda preciosamente iluminada.
La visita a la ciudad de Bath acaba. Aunque la ciudad se asocia, a menudo de forma unívoca, a sus termas, lo cierto es que son un montón las cosas que ver en Bath y vale la pena pasar un día entero en esta ciudad.
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