El lago Nicaragua es un inmenso mar interior, el segundo más grande de toda Latinoamérica, justo después del lago Titicaca que separa Bolivia del Perú. Esta enorme masa de agua de unos 85.000 kilómetros cuadrados tiene en su interior varias islas más o menos habitadas.
La isla más grande del Lago Nicaragua es la isla de Ometepe, donde nos dirigimos hoy y que queremos visitar en los próximos dos días. Ometepe es una gran isla en forma de ocho dominada por la esplendorosa silueta de los volcanes Concepción (el más alto, que se levanta gracias a su cono perfecto a casi 1700 metros de altura) y el Maderas, que alcanza los 1300 metros. El Concepción tuvo su última erupción en el siglo pasado, pero todavía ahora emana gases de su interior. Para visitar la isla de Ometepe, en el lago Nicaragua, hay que cambiar de país, pues aún hoy hemos dormido en Costa Rica, en concreto en Monteverde, donde hemos podido disfrutar de la Reserva Monteverde y Santa Elena.
DE COSTA RICA A NICARAGUA CON TRANSNICA.
Costa Rica y Nicaragua son las dos caras de una misma moneda. La renta per cápita de Costa Rica es cinco veces la de Nicaragua. Y detrás de las cifras, lo que ello supone. Si en Costa Rica hemos visto un país próspero sin grandes bolsas de pobreza, sólo traspasar la frontera ya vemos que Nicaragua es un país mucho más pobre, con infraestructuras mucho más destartaladas, con unos centros de salud en el umbral de la indigencia y con la población intentándose ganar la vida como buenamente puede.
La frontera está llena de cambistas descamisados, niños descalzos de mirada triste que piden caridad y vendedores de zumos de naranja. La frontera es sucia y además de producen continuos cortes de corriente eléctrica. Y es que Nicaragua trata de cicatrizar las heridas de una cruel guerra civil, demasiado cercana aún, que además, ha ido seguida de una serie de gobiernos con escasa capacidad para sacar adelante un país sometido a la bancarrota. También Nicaragua es el prototipo de país latinoamericano con unos políticos más empeñados en sacar provecho personal de su paso por el gobierno que en ayudar al país. Y en particular, durante los años noventa, con la corrupción a la orden del día, lo que aquí se conoce como la piñata. El país se mantiene a flote, demasiado a menudo gracias a la ayuda extranjera. No es raro ver que una carretera ha sido construida con ayuda alemana, un centro de salud gracias a la cooperación española o una escuela con la colaboración exterior del pueblo japonés.
Tomamos el autobús de Transnica, que es el que hace el trayecto de Costa Rica a Nicaragua, en la carretera Panamericana. A las siete de la mañana nos plantamos en la frontera. Los trámites allí se demoran un poco más de la cuenta. Y es que dado los cortes en el suministro eléctrico, también en el sector de Costa Rica, hay que sellar los pasaportes a mano y parece que los funcionarios no dan abasto. En eso sí que vemos que Costa Rica aún pertenece a los países en vías de desarrollo, a pesar de los evidentes esfuerzos para mejorar el país y liderar la zona centroamericana.
Después de realizar los trámites volvemos a subir al Transnica y en una hora llegamos a Rivas, donde enseguida tomamos un taxi para llegar hasta San Jorge. Cuando le decimos al revisor del autobús que queremos ir a Ometepe, él mismo se encarga de llamar un taxi que nos esperará en Rivas, para llevarnos hasta San Jorge, pequeña ciudad justo en la orilla del lago Nicaragua y puerto de salida de los ferrys que hacen el trayecto hasta la isla de Ometepe, justo en el centro del lago Nicaragua, o como aquí dicen, del lago Cocibolca.
ISLA DE OMETEPE, UNA RELAJADA ISLA EN EL LAGO NICARAGUA.
A la isla de Ometepe llegamos con el ferry de las 2:30 de la tarde, que atraca en Moyogalpa, una de las dos poblaciones más importantes de la isla. Desde allí, y tras sortear un montón de personajes que nos quieren hacer subir a un taxi o vendernos la estancia de un hotel, subimos al autobús público.
Los autobuses de Ometepe son reaprovechados de los antiguos autobuses amarillos escolares americanos. Damos la vuelta a la isla y en una hora y media llegamos a la playa de Santo Domingo, de fina arena blanca y de tres kilómetros de largo. Increíble: una inmensa playa para nosotros solos en medio de una isla con dos volcanes que está en medio de un inmenso lago.
Nos ofrecen una habitación en el primer piso del Hotel Villa Paraíso, que pasa por ser el más lujoso de la isla, pero a años luz de los estándares europeos. Además, el jardín y la terraza del hotel están colonizados por una minúscula mosca blanca, muy molesta. Después veremos que en esta época, esto es común al resto de alojamientos costeros de la Playa de Santo Domingo. El Hotel Villa Paraíso, sin embargo, es el único que tiene agua caliente en la habitación. Parece que esto es un lujo aquí.
El hotel está regentado por un ginecólogo nica y una enfermera austriaca que había llegado al país para ayudar durante la revolución sandinista. Se conocieron hace trece años en un hospital de Managua. Terminada la guerra, los dos dejaron la medicina para construir este hotel en la isla de Ometepe. Historias de amor en época de guerra y post-guerra en la Nicaragua sandinista. Desde luego, no sabes qué cambios puede dar la vida y donde estarás al cabo de unos años. Pasamos un buen rato hablando con la enfermera, una mujer amable y agradable, pero de evidente estilo germánico. Se queja de la dificultad que supone poner en marcha un negocio en Nicaragua, donde el personal tiene una preparación escasa y una vocación de servicio muy diferente de la que ella misma está acostumbrada en Europa. Es difícil de entender como una austriaca puede llegar a adaptarse a un estilo de vida completamente opuesto al que llevaba. En fin, ella lo ha hecho y está bien contenta. Nos presenta a su marido, el ginecólogo que dejó de serlo. Es increíble que dos mentalidades tan diferentes se puedan complementar. Él parece estar realmente un poco majara y en cambio, ella es rígida e intenta hacer entender a los centroamericanos como se debe llevar un negocio que funcione.
ASCENSO AL VOLCÁN MADERAS DESDE LA FINCA MAGDALENA
Por la mañana, el día nace soleado en la playa de Santo Domingo. Desde la arena vemos el volcán Maderas bajo una nube amenazante que tapa su cima. Hoy nos hemos propuesto subir a lo más alto del volcán por un sendero que se inicia en la Finca Magdalena, que está a pocos kilómetros de donde nos alojamos.
El hotel nos ha proporcionado un guía nativo y nos ha preparado una lunch box, o sea una bolsa con un par de bocadillos, fruta y un litro y medio de agua. Y tal como quedamos por la tarde, a las siete y media hemos salido en pick-up hasta la Finca Magdalena para empezar la subida al volcán Maderas.
Y la verdad es que a pesar de que sabíamos que la subida sería dura, no pensábamos que lo sería tanto, de manera que enseguida comprovamos que no podemos seguir el ritmo que impone Antonio, nuestro guía, un joven de veintiun años habituado a subir al volcán. A menudo le tenemos que ir parando los pies y pidiendo que se detenga, mientras nosotros, sudados de arriba abajo, respiramos cada vez más rápidamente. Parece como si el agua que vamos bebiendo no llegue a suplir nunca la que sudamos. Siempre estamos en déficit y cada vez más cansados. El ambiente es muy húmedo y de nada sirve que estemos habituados a correr. Nadie diría que hace apenas un par de meses haya podido completar una maratón sin más problema y que ahora, al cabo de poco más de una hora de iniciar el ascenso al volcán Maderas, esté completamente deshidratado, con los ojos hundidos y taquicárdico perdido. Isa, aguanta mucho mejor que yo el ascenso.
Durante la subida disfrutamos, eso sí, de las vistas de la isla desde los distintos miradores que nos proporciona el sendero. También vemos algunos petroglifos que los antiguos habitantes precolombinos de la isla dejaron esculpidos sobre rocas.
Cada vez subimos más despacio y estamos más sudados. Y cuando estamos a unos cuatrocientos metros de la cima, y después de casi cuatro kilómetros de ascendente y durísimo sendero, ha pasado lo que tenía que pasar: nuestro corazón ha dicho basta. Y en particular, el mío, que revolucionado a más de ciento sesenta latidos por minuto reclama batirse en retirada. Y es que la Isa, parece que todavía tiene algo de depósito. El último tramo ha sido realmente duro, pues el fango es cada vez más constante y el bochorno y la humedad, extenuantes. Además, hemos hecho corto con los depósitos de agua y decidimos que seguir hasta la cima sería una temeridad por lo que renunciamos a ella.
Antes de comenzar el descenso, hemos disfrutado, sin embargo, de uno de los escasos bosques lluviosos de Centroamérica, en un paisaje de verdadera envidia donde los árboles, llenos de plantas epifitas se suceden en un increíble bosque primario donde los centenarios árboles de más de cuarenta metros de altura son los verdaderos reyes del paraje. Cuando está nublado como hoy, el bosque lluvioso es un espectáculo místico de enorme magnitud. El premio, a pesar de no llegar a la cima del volcán, ha sido realmente impresionante.
De subida, también hemos pasado por bosques de plataneros y de cacao, que volvemos a recorrer de camino hacia la Finca Magdalena. Bosques que supusieron un intento de domesticar la falda del volcán, aprovechando la enorme fertilidad de estas tierras. También nos topamos con una preciosa serpiente coral de vivos colores.
Cuando llegamos a la Finca Magdalena estamos más bien descansados porque la bajada es bastante relajada. Nos esperamos un rato en la Finca, tumbados en una hamaca, mientras nos vienen a buscar para volver a la zona de la Playa de Santo Domingo, tomando unas coca colas. Necesitamos agua y azúcar.
La Finca Magdalena es una cooperativa de veintisiete socios que por una parte ofrece alojamiento barato, de tipo mochilero, y por otra parte se dedica al cultivo ecológico de plátanos, cacao y frijoles, entre otros. Una forma muy interesante de combinar la agricultura con el turismo ecológico, que da de comer a muchas familias. De hecho, antes de llegar a Nicaragua y cuando preparábamos el viaje desde casa, valoramos la posibilidad de pasar una par de noches en la finca. Finalmente, sin embargo, decidimos alojarnos en Playa Santo Domingo, pues pensamos que nos daba un poco más de juego.
REMOJÁNDONOS EN EL OJO DE AGUA
Cuando volvemos de la Finca Magdalena nos encaminamos hacia el Ojo de Agua, a una par de kilómetros de nuestro hotel. Como la pick up no llega hemos vuelto a Playa Santo Domingo en barco a motor, dejando el Volcán Maderas, imponente, detrás nuestro. Desde la playa, andamos un cuarto de hora hasta llegar al Ojo de agua, pasando -y visitando- la escuela de Ometepe.
El Ojo de Agua es un enorme charco de agua cristalina que supone el nacimiento del Río Buen Suceso. La remojada en el precioso charco, en medio de un paisaje muy bello, es el premio de consolación después de no haber podido llegar a la cima del volcán. El agua está fresca, pero no helada, y después del esfuerzo realizado durante el ascenso, nos relaja.
En el Ojo de Agua conocemos un pamplonés que hace tres meses que viaja por Centroamérica. Nos explica que todavía le quedan tres meses más de viaje. Dice que está en paro desde que dejó su trabajo de mensajero y que piensa exprimir los dos años que la ley le permite. Fantástica manera de tomarse la vida si no fuera que se dedica a cobrar el paro gracias al esfuerzo de los contribuyentes que se levantan cada día a las siete de la mañana para fichar y que pagan religiosamente los impuestos mes a mes. El pamplonés, comenzó su periplo en bicicleta, pero desde que se rompió la muñeca, ahora se mueve en transporte público. Nos cuenta que se dirige hacia Costa Rica y Panamá, o sea en dirección sur, justo al contrario que nosotros. También conocemos una madrileña que hace siete meses que se mueve por la zona y también viaja en dirección sur. Hay quien sabe vivir! Ahora se han unido y hacen parte del trayecto juntos, así se hacen compañía y ahorran dinero en los alojamientos.
Después de una buena charla con estos vividores de primera decidimos comer algo. Diríamos que hemos hecho una comida-cena. Es de esos momentos que es demasiado tarde para comer y demasiado pronto para cenar, pero son las seis de la tarde y apenas resistimos con los dos sandwiches. Ya se sabe que cuando estás de viaje, comes cuando puedes. De camino al hotel hay una chabola donde un pescador nos enseña lo que hoy ha pescado. El pescado, bien fresco tiene muy buen aspecto, aunque no sabemos de cuál se trata. Nos lo hace bien asado y acompañado de patatas. Está buenísimo. El pollo que pide Isa, también. Y además, bien de precio. Cuando volvemos al hotel los niños salen de la escuela y quieren hacerse fotos con nosotros. También vemos los agricultores sobre las vacas y los nativos cabalgando volviendo del trabajo. Imágenes de una isla alejada de lo que nosotros llamamos la civilización y el progreso.
Mañana dejaremos la isla de Ometepe para volver a tierra firme. Dejaremos una isla que hace bien poco no sabíamos ni de su existencia y que ahora nos ha atrapado en nuestro corazón. Las ciudades coloniales de Granada y Leon nos esperan.