Muy cerca de la ciudad iraní de Shiraz están las ruinas de la capital de una de las civilizaciones más esplendorosas que nunca hayan existido: Persépolis, la capital de la antigua Persia aqueménida, desde los tiempos de Darío I hasta que fue conquistada por Alejandro Magno, al cabo de dos siglos.
Visitar Persépolis es de aquellos puntos que tenemos grabados a fuego todos aquellos viajeros interesados en las antiguas civilizaciones y uno de los motivos más importantes que nos han llevado a viajar a Irán. A la altura de las de Angkor, Roma, Machu Pichu, Luxor o Babilonia, Persépolis es no sólo el nombre de las ruinas de la capital del antiguo imperio aqueménida (uno de los más grandes que nunca han existido) si no un mito en si mismo.
Hemos tomado un vuelo a primera hora de la mañana desde Teherán, la capital de Irán. Viajar a Irán es mucho más fácil de lo que se puede suponer. Todo está en orden y la gente es amable y dispuesta a ayudar. Al salir de la zona de llegadas nos está esperando Reza con su coche, para llevarnos directamente a Persépolis, que está a unos 60 kilómetros y una hora de coche.
La emoción sube a medida que nos acercamos a nuestro destino y se dispara cuando ya tenemos las entradas en nuestras manos. Durante algo más de dos horas descubriremos paso a paso esta antigua ciudad, que fue mandada construir por Darío I, cuando el 512 aC decidió que trasladaría la capital desde Pasargada hasta Persépolis, que literalmente quiere decir, ciudad de los Persas.
En cualquier caso, parece ser que Persépolis fue una especie de capital ceremonial, una residencia de verano y primavera un poco alejada de los centros de poder que se mantuvieron en Susa, Ecbatana o Babilonia. Actualmente, es precisamente en este lugar donde más se siente el pulso de la antigua Persia.
BREVE HISTORIA DE PERSÉPOLIS
Darío I, que fundó la ciudad, habría sido el constructor de las murallas y de los primeros palacios, como la Apadana y el Tachara, así como la Sala del Trono. Pero los siguientes reyes del Imperio aqueménida, como Jerjes I y Antejerjes I continuaron con las obras de la capital aqueménida. Según varios textos antiguos que se han conservado, fue Alejandro Magno quien conquistó la ciudad el 331 aC y la destruyó el 330. Al parecer, la hizo quemar, como revancha de la derrota que rey Jerjes I había ocasionado a Atenas, muchos años antes.
VISITAR PERSÉPOLIS, CAPITAL DEL IMPERIO AQUEMÉNIDA
La arquitectura persa bebe de las diversas civilizaciones conquistadas, entre ellas la Jonia (como se puede ver en las grandes salas hipóstilas), la egipcia o la mesopotámica (como por ejemplo en los vidrios esmaltados que ya había en los palacios de Susa).
Pero lo que realmente impresiona aún al viajero, y que probablemente dejaba boquiabierto hace más de 2500 años a quien visitaba los palacios de Persépolis, son la enorme decoración a base de bajorrelieves que encontramos en las paredes de la mayoría de palacios, así como en las escaleras de acceso a los mismos. Detalles de gran finura que representan a todos los pueblos sometidos a los persas, con sus trajes originales o los regalos que les hacían y que son de una belleza que sólo se puede relacionar con los bajorrelieves de los palacios asirios y que ahora están distribuidos en los más importantes museos del mundo.
El enorme complejo está elevado por una gran terraza artificial de unos 450 por 300 metros y que tiene una altura de unos 14 metros. Para subir a la terraza hay que subir una gran escalinata ceremonial, simétrica y de dos tramos. Era una escalinata poco empinada que permitía que se subiera a caballo.
Una vez en la terraza lo primero que encontramos es la Puerta de todas las Naciones o de Jerjes I, enmarcada por dos enormes toros alados, los lammasus, de clarísima inspiración asiria y que recuerdan con gran precisión los de los palacios de Nínive o Asur, a el actual Irak, pero que actualmente se encuentran repartidos entre Berlín, Londres, París y Nueva York. Si se sigue enfrente, se sale por la salida este de la Puerta de las Naciones, también enmarcada por dos lammasus, y que lleva a la Vía de las Procesiones, mientras que si se sale por la salida sur, te diriges directamente a la Apadana.
La Vía de las Procesiones nos lleva hacia la Puerta Inacabada, que recibe este nombre porque no estaba terminada cuando la ciudad fue conquistada por Alejandro y que gira en 90 grados dirigiéndose al Palacio de las 100 columnas.
Este Palacio de Persépolis de las 100 columnas, o Salón del Trono era el más grande del recinto y hacía unos 70 metros de lado. Lamentablemente sólo quedan las bases de las columnas, que parece que tenían una altura de 18 metros.
Visto este gran Palacio de Persépolis, giramos dirección oeste para encontrarnos con la Apadana, que quizás era el recinto más impresionante que había en Persépolis, quizá incluso en toda la antigua Persia. Quedan de pie, 13 de las 36 esbeltas columnas de 20 metros de altura. Para subir a la Apadana, había unas enormes escalinatas, al norte y al este (la primera que nos encontramos de frente), que contienen una de las más grandes decoraciones que la historia del arte nos haya dejado. Las diversas naciones sometidas al Imperio aqueménida se presentan ante los reyes de la antigua Persia con sus regalos. Los artistas representaron con enorme delicadeza la fisonomía, los vestidos, los regalos y todo lo que caracterizaba cada uno de los pueblos. Animales representativos de cada zona son también descritos. Medos, bactrianos, armenios, babilonios, etíopes,… todos los pueblos desfilando ante los Persas. Otros relieves muestras leones, signo de valentía de los reyes, atacando caballos.
Al sur de la Apadana encontramos el Palacio de Darío o Tachara. Su entrada, por el sur, se hacía a través de un pórtico, tras subir por una doble entrada. Los bajorrelieves también son de preciosa factura en esta escalera, representando, entre otros a medos, sogdianos y silíceos. Jerjes I y Antajerjes III ampliaron el Palacio y añadieron una segunda escalera que daba al oeste.
Cuando llevamos aproximadamente una hora y media descubriendo las diversas dependencias de Persépolis estamos ya un poco perjudicados. Hace mucha calor, el sol cae a pico, y hace mucho tiempo que no bebemos agua. Se nos hace extraño no encontrar vendedores de botellas de agua y recuerdos en medio del recinto, por lo que hay que acercarse a un pequeño bar para comprar unas botellas de agua casi helada y para descansar unos minutos antes de acercarnos a las tumbas reales.
La explanada donde se sitúa Persépolis está enmarcada por una enorme formación rocosa, el Kuh-e Ramat. Y es en esta localización donde encontramos las tumbas reales de Antajerjes II, Antajerjes III y Darío III, el último rey del Imperio aqueménida. Son tumbas esculpidas directamente en la roca, que recuerdan las construcciones nabateas de Petra. Columnatas, frisos y esculturas esculpidas en la roca simulan ser la fachada de un palacio. Aunque las tumbas son realmente espectaculares, no llegan a la maestría de las que encontraremos dentro de un rato a Naqsh-e Rostam, a pocos kilómetros de Persépolis, donde están las de Darío I, Jerjes I, Antajerjes I y Darío II.
Hay que estar un poco en forma para subir a las tumbas, pero tanto la visita de ellas como las enormes vistas que del complejo de Persépolis se disfrutan desde arriba, hacen que el ascenso sea recompensado.
Nos vamos de Persépolis contentos por haber podido conocer uno de los centros de poder más importantes de la antigua Persia, dirección precisamente hacia Naqsh-e Rustam, para conocer la última morada de algunos de los reyes del fabuloso Imperio aqueménida que erigieron este extraordinario complejo palaciego. Sin duda, viajar a Irán se está convirtiendo en una grata experiencia.