Como el invierno se hace muy largo decidimos acortarlo con una escapa de fin de semana. Este nos llevó a Irlanda (Belfast y Dublín), aprovechando tres días de fiesta que nos quedaban del año pasado, que al juntarlos con un fin de semana nos daban un total de cinco días de escapada.

NOTA: si vais a viajar a Belfast os aconsejo leer este post acerca de los lugares imprescindibles que ver en Belfast, con información más actualziada, a raíz de una segunda visita a la capital de Irlanda del Norte.

Al igual que otras veces, aprovechado las ofertas que las compañías de vuelo low cost sacan al inicio de la temporada baja. Es por eso que fuimos hasta Belfast con un vuelo de Jet2.com y volvimos con Ryanair desde Dublín hasta Girona.

Belfast es la capital de Irlanda del Norte, territorio colonizado desde hace siglos por Reino Unido y que durante décadas ha focalizado parte de la actualidad más bélica de Europa dado los intentos por parte de los irlandeses de independizarse de los ingleses y unirse así a la República de Irlanda para hacer un país único. Fueron años donde Belfast salía cada día en los telediarios con ataques y contraataques del ejército republicano irlandés y los aún más belicosos, ejército paramilitar unionista.

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Los tratados de paz, focalizados en el histórico Acuerdos de Viernes Santo, del 10 de abril de 1998, y el diálogo han sustituido las armas y esto ha provocado que poco a poco, Belfast salga del ostracismo para convertirse en una dinámica ciudad.

Llegamos al Aeropuerto de Belfast con la compañía low cost Jet2.com. Puntuales y sin ningún problema nos dirigimos al centro de Belfast, donde tenemos el alojamiento. Durante dos noches estaremos alojados en Belfast International Youth Hostel. Céntrico, limpio y económico. Recomendable.

Desde allí contratamos la visita del día siguiente a la Costa de Antrim y nos disponemos a pasear por la ciudad.

Camino del centro nos cruzamos con el imponente edificio neoclásico del Ayuntamiento, donde destaca una inmensa cúpula que se levanta a 53 metros del suelo. Se puede visitar y se hace de manera gratuita en recorridos guiados que son muy interesantes. Los horarios de las visitas sin embargo, son muy concretos y vale la pena que se pregunte con exactitud antes de ir. Por dentro, el edificio es todavía más bonito que por fuera.

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Justo en la plaza del ayuntamiento se encuentra la Biblioteca Linen Hall, fundada en 1788 y que es un importante centro para el estudio político de la región, ya que contiene más de 250.000 libros y documentos sobre la historia política del Ulster. En la biblioteca hay un bonito bar donde se puede descansar o leer el periódico de manera reposada envueltos por este precioso monumento a la cultura.

Hacemos camino hacia la zona del puerto pasando por la torre del reloj, el Albert Memorial Clock Tower, que data de 1869 y domina la plaza de la Reina con sus 113 metros de altura. La torre, que es uno de los emblemas de la ciudad, sufre una ligera inclinación dado que está construida sobre terrenos pantanosos.

Finalmente llegamos a la zona del paseo que sigue el curso del río. Los astilleros de Belfast tuvieron mucha importancia. Cabe recordar que fue aquí donde se construyó el Titánic. El paseo es muy agradable, aunque llovizna y hace un poco de frío. Pasamos por un montón de esculturas, como la del Big fish, hecha de piezas de cerámica de colores azulados. Al final está el Waterfront Hall, un gran recinto para conciertos y congresos que intentará poner la ciudad en el mapa de ciudades de congresos de Europa.

Pero inevitablemente, la auténtica estrella de la ciudad es el Museo del Titanic, que fue inaugurado el 31de marzo de 2012, de manera que cuando nosotros visitamos la ciudad, aún no se había ni empezado a construir. El museo, de seis plantas, reproduce varias estancias del famoso e infortunado barco, como por ejemplo los camarotes o las salas de máquinas.

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En Belfast, como en cualquier ciudad de Irlanda, se hace inevitable un recorrido por los pubs más emblemáticos. Estos pubs son auténticos templos del placer. La cerveza irlandesa más famosa, la Guiness o cualquier cerveza rubia se hace inevitable. Entre los que visitamos, el más espectacular es el Crown Liquor Saloon, decorado de forma exquisita. Allí tomamos unas pintas mientras nos refugiamos de la lluvia. Otra tarde fuimos también al John Hewit, muy cerca de la Catedral protestante de Belfast, donde no encontramos una gran animación, con el pub lleno de irlandeses con su pinta en la mano, muchos de ellos todavía con corbata, pues seguro que salían del trabajo.

El último día por la mañana decidimos hacer el recorrido típico por Belfast Oeste, es decir la antigua zona de juerga continúa entre los unionistas o lealistas a la corona y los nacionalistas o irlandeses, históricamente oprimidos en su propia ciudad. Pasamos por Shankill Road y Falls Road, admirando los múltiples murales de una y otra parte. Curiosamente son mucho más belicistas los unionistas que los nacionalistas, que a menudo están más dedicados a los ídolos locales y héroes, que propiamente el hecho militar. Los de los paramilitares lealistas son a menudo representaciones de paramilitares unionistas encapuchados asesinando a irlandeses. Hay varias empresas que se dedican a hacer estos recorridos. A menudo los guías son ex militantes de los grupos paramilitares o del IRA, pero nosotros hicimos el recorrido por nuestra cuenta.

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También pasamos por las puertas de hierro que separaban los dos barrios y que tantas veces habíamos visto en las noticias. Ahora las puertas están abiertas y la calma parece haber vuelto, pero eso no impide que se nos ponga la piel de gallina al pasar por este barrio. También pasamos por el local del Sinn Fein y entramos en algunas tiendas donde venden material irlandés nacionalista. Sólo es necesario pasearse un rato por Belfast para saber quienes son los ocupantes y quienes, los ocupados.

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En último día, antes de irnos a Dublín vamos a comer al Saint George Market, uno de los 5 más bonitos del Reino Unido según votación popular y donde los sábados montan lo que es conocido como The City Food & Garden Market, es decir un festival gastronómico que nos permite comer allí mismo disfrutando de verdad de la experiencia. El edificio actual data de finales del siglo XIX pero al parecer ya había mercado en esta zona en 1605.

A Dublín se puede ir fácilmente en transporte público, tanto en tren como en autobús. Nosotros tomamos el autobús que en menos de tres horas nos deja en el centro de la capital de la República de Irlanda, justo a tres minutos andando de donde tenemos el hotel.

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