Bobo Dioulasso, conocida localmente por Bobo es la segunda ciudad más importante de Burkina Faso, el antiguo Alto Volta y la capital cultural y musical del país. El nombre es reflejo de las dos etnias mayoritarias en la región: los Bobo y los Dioulasso.
Hemos llegado a este punto de Burkina Faso, en el oeste del país, para explorar los alrededores, donde hay un montón de poblados de las diversas etnias que pueblan la zona y para disfrutar también de la propia ciudad, que tiene suficiente interés como para hacer parada y fonda.
QUE VER EL BOBO DIOULASSO
El edificio más importante de la ciudad, verdadero epicentro de la misma es la extraordinaria Vieja mezquita de Bobo Dioulasso. Data de finales del siglo XIX y está enteramente construida en adobe, siendo uno de los ejemplos más importantes del estilo sudanés en el país. Ciertamente, recuerda la mezquita de Djenné, la ciudad maliense, también de adobe, aunque la de Bobo Dioulasso es de color blanco. La historia de la construcción de la mezquita es muy curiosa: el rey de Sya, que se defendía de los ataques del rey de Kenedougou tuvo que pedir ayuda a un líder musulmán, Almamy Sidiki Sanou. Este le prestó su ejército, pero a cambio, convinieron la construcción de la mezquita.
De los altos muros dentados de la mezquita sobresalen las estacas de madera que sirven para rehacer la mezquita cuando ha quedado dañada después de la época de lluvia. Esta tarea está reservada sólo a los musulmanes. También destacan los dos minaretes, también de adobe, que le confieren un aspecto realmente imponente.
Aunque muchas guías dicen que no es posible entrar en la mezquita, nosotros no tuvimos ningún problema en entrar, e incluso, en subir al tejado. Como siempre, gente rezando y sobre todo, gente simplemente tumbada, aprovechando el relativo fresco que hay dentro del templo, que es más bien oscuro, debido a la gran cantidad de columnas que lo sostienen.
El barrio viejo de Bobo Dioulasso, el Kibidwe.
Ciertamente el barrio viejo es un barrio destartalado, con las casas también de adobe, demasiado a menudo medio derruidas y las calles sin asfaltar y llenas de polvo. Sin embargo, el Kibidwe tiene un encanto inimitable. Es curioso ver las mujeres cocinar en la misma calle o entrar en una cervecería tradicional, donde cuecen el mijo, que es el ingrediente principal del dolo, la cerveza tradicional en esta parte de África. Siempre hay cuatro o cinco viejos tomándose su dolo en un cuenco de madera, pero a veces también hay alguna mujer. También es fácil encontrarse músicos tocando los instrumentos de percusión que los han hecho famosos en el Oeste de África, así como varias tiendas de música. El balafón es el instrumento burkinabés por antonomasia, una suerte de teclado de madera que utiliza calabazas huecas que actúan como cajas de resonancia y que se sitúan bajo el teclado, que se percute con dos mazas. Los burkinabeses son unos auténticos artistas en el balafón, tanto en la producción como en la interpretación.
Por la noche es cita obligada ir a algún concierto musical, de los muchos que se programan en la capital musical de Burkina Faso. El balafón y también el djembé (es decir el tradicional tambor de madera, de unos 30 centímetros de diámetro, recubierto con piel, generalmente de cabra y que tan típico es en África). Tomar una cerveza, relajadamente, mientras escuchas los ritmos tradicionales africanos es la mejor manera de terminar una velada a Bobo.
EL PUEBLO GAN. CONOCIENDO EL REY GAN.
El día siguiente nos levantamos dispuestos a conocer nada menos que un Rey. Concretamente, el rey de los Gan, un pueblo que es originario de Ghana y que está formado por unas 10.000 personas. Actualmente están dispersos entre tres estados: Ghana, de donde son originarios, Burkina, donde viven la mayoría y el rey tiene su palacio, y Costa del Marfil, donde muchos han emigrado para encontrar trabajo.
Los Gan viven todavía a la manera tradicional, manteniendo el sistema de clanes que es el encargado de elegir al líder tradicional que es el Rey. Los Gan mantienen la religión animista, que está llena de fetiches. En cierto modo, el Rey es el garante de que se mantenga la tradición.
Llegamos al poblado de Obire, donde está el Palacio del Rey Gan, que no son si no, una serie de cabañas de adobe, con techo de paja, algunas de ellas con una pequeña portada que las diferencia del resto de casas los súbditos. Ya se ve que aquí los reyes no acumulan ninguna riqueza y que lo único que son es un referente para el resto de la población.
Finalmente, bajo la sombra de un baobab, el árbol emblemático de África (donde si no ) encontramos el Rey en su trono, una sencilla silla de madera. Es un chico joven, de menos de treinta años que enseguida se interesa por nosotros. Nos pregunta de dónde somos y que nos lleva por su reinado. Hablamos durante una media hora gracias a nuestro guía que nos hace de intérprete. Nos cuenta que no hay trabajo en los poblados y que las condiciones de vida no son las que él desearía para la población. Nos agradece la visita.
Después damos una buena vuelta por el pueblo, donde descubrimos que muchas casas (todas de adobe) tienen su propio fetiche. Los niños se quieren hacer fotos con nosotros y las viejas muelen el mijo. Vemos muchos niños con enormes panzas y hernias, fruto de la malnutrición endémica en la zona, pero nos llevamos un montón de sonrisas de una gente amable y feliz por haberte conocido. Finalmente, nos acercamos al panteón real, donde está enterrado un montón de reyes, cada uno en un pequeño habitáculo, esta vez de piedra, y donde ha representado una especies de escultura que viene a simbolizar el difunto.
Una vez más, el mosaico étnico africano no deja de sorprendernos